La emergencia sanitaria ha afectado considerablemente al mundo entero, sus efectos en distintos niveles develan las grandes deudas sociales que la pandemia hace evidentes en las personas y colectividades; sin embargo, cabe destacar que dichos efectos no son iguales para todos los sectores sociales y las cifras demuestran que en los estratos populares 1, 2 y 3 se reportan la mayor cantidad de muertes y contagios, geográficamente el virus se encuentra concentrado en localidades sobrepobladas compuestas mayoritariamente por barrios populares donde gran parte de sus habitantes se sostienen de trabajos informales, también localidades donde cohabitan personas migrantes, personas sin techo, altos índices de desempleo, pobreza, marginalidad y la única respuesta del estado es la militarización, los desalojos sistemáticos y la punitividad lo cual hace inviable para algunas personas quedarse en casa.
Mientras las enardecidas masas de ultraderecha y de sectores sociales privilegiados se congregan para convocar movilizaciones en contra del covid-19 que les ha coartado sus libertades individuales y su derecho a ir a pasear a sus fincas y abrir sus empresas, en los sectores sociales más precarizados donde las crisis se agudizan con el devenir de los días, la enfermedad no es su única preocupación, también preocupa morir de hambre, preocupa la violencia, preocupa quedarse sin un techo, preocupa el día a día, el rebusque, y todo esto con un virus rondando entre la población en un país donde el sistema de salud es deficiente, ineficiente e insuficiente porque no tiene alcance para todo el mundo.
Evidentemente, la pandemia tiene connotaciones de clase, y quedarse en casa no es una opción para todxs cuando no hay unas garantías mínimas vitales para lograr una cuarentena digna y con seguridad alimentaria; por lo tanto, se hace necesaria la exigencia de un mínimo vital, de una renta básica como premisa nuclear que haga referencia al derecho inalienable de una existencia digna y con justicia social, como una medida que haga frente al olvido, a la precarización y marginalización histórica y estructural de los sectores sociales no privilegiados.
Las organizaciones sociales por su parte, a través de diferentes procesos de organización colectiva, horizontal, desde abajo y desde el margen, han juntado sus manos y existencias para generar acciones y apuestas poderosas que desafían constantemente y cuestionan el orden establecido a través de la solidaridad, las redes de apoyo, la juntanza, las oleadas de afectos, el compartir y la reflexión constante sobre las múltiples y complejas realidades sociales existentes, apostándole constantemente a imaginar y construir nuevos mundos posibles y nuevas formas de organización colectiva, pero también otras formas posibles de cuidado, autocuidado y apoyo mutuo.
Es por ello que esperemos que esta ayuda cargada con el trabajo de muchas manos que nos invitan a re-pensar sobre el acceso a los alimentos, es un asunto de todxs; cargada con la solidaridad como herramienta para frenar el contagio de un virus que se propaga por las aglomeraciones que produce la crisis social generalizada sumado a la presión de una economía paralizada que necesita de nuestra fuerza de trabajo para seguir tambaleando entre indicadores económicos que nos recuerda que las soluciones están en nuestras manos, les invitamos a que detonamos la solidaridad, expandamos nuestros afectos para construir el cuidado y autocuidado que necesita este mundo. Ante las políticas estatales que nos condenan a la muerte nos unimos, florecemos en medio del virus y sembramos vida digna.
Bogotá, 8 de agosto del 2020
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